Todos los días me
despertaba pensando en ella. Llevaba tiempo dándole vueltas a nuestro excitante encuentro en aquella cafetería. Mi
obsesión por volver a verla me llevó a que diariamente me acercara por el
banco donde la conocí o entrar a mirar dentro del café. Pero nada, ni rastro.
Como todos los sábados decidí irme
al bar de copas donde a menudo me veo con mis amigos. Me encontraba bastante
cansado y mis amigos no hacían más que preguntarme qué me pasaba. En un momento dado fui a
la barra para pedir algo de beber.
Entonces la vi. Estaba al otro lado,
mirándome. Un subidón de adrenalina hizo que mi cansancio se esfumara. Había
plan. Nos sonreímos… pero ella se volvió y se fue, no sé si huyendo de mí o
pidiendo que la siguiera. Me decidí por esta segunda opción.
La encontré
sentada en un sofá y me acerqué sin más…la cogí de la mano.
- ¿Tomamos algo?, le dije.Sin contestar se levantó y se fué detrás de mí.
- No podemos seguir viéndonos así, me dice.
- Tienes
razón, contesto riéndome, nervioso.
- Vamos a empezar de cero, ¿te parece? Hola,
me llamo Eva, ¿y tú?
- Yo soy David, y estoy encantado de volver a
verte, he pensado mucho en ti, en la última vez que nos encontramos.
- Yo también.
Sigo cogido a su mano, la acaricio en un
intento de obtener una respuesta. Noto como se estremece. Cuando me propone
irnos de allí, lo primero en que pienso es que aquella noche de nuevo voy a
disfrutar sexo con ella.
Salimos del bar y en cuanto llegamos a una
esquina me paro y la abrazo, comienzo a besarla, los dos ansiosos nos comemos
la boca, apasionadamente.
Aprieto mi cuerpo contra el suyo, me estremezco de
placer. Mi pene está tan duro que temo que le parezca mal. Pero
ella responde apretando aún más, a la vez
que acaricia mi espalda.
No podemos quedarnos allí, pasa mucha gente.
Así que acordamos ir a una playa cercana a la zona. Mientras vamos aprovechamos
para hablar. La noto un poco angustiada y me dice que no debería estar haciendo esto, pero confiesa que hay algo en mí que se le hace irresistible, que el desear estar
conmigo es algo que no puede controlar.
Llegamos a la playa y nos sentamos, sin
decirnos nada nos miramos. Yo quiero lanzarme a comerle aquellos labios, pero
hay algo en su mirada que me detiene. Espero y de repente es ella la que se
lanza, comenzando a besarme. Me excita ver cómo otra vez toma la iniciativa.
Después suavemente me empuja para que me
tumbe en la arena. Sigue besándome pero
esta vez baja su boca hacia mi cuello e introduce su mano por dentro de mi camisa
acariciándome el pecho, recorriendo después
el resto de mi cuerpo. Yo me dejo hacer. Noto que su respiración va a más, que sus manos ya no acarician suavemente sino que lo hacen con fuerza, como si quisiera
analizar mis músculos uno a uno.
Ahí no para la cosa… desabrocha mi camisa, lentamente,
y comienza a besarme el pecho, a chuparme los pezones. Son mi punto débil, no puedo evitar estremecerme, ella lo nota porque redobla sus mordisqueo. Siento deseos de
acariciarla así que deslizo mis manos por su espalda, aún no me atrevo a
tocarle el culo, pero no puedo resistir el meter mi mano por debajo de su falda
y acariciarle la parte interior de sus muslos, cálidos y suaves. No sé si inconscientemente o no pero cuando me dirijo
hacia su entrepierna ella responde apretando
los muslos y atacando de nuevo mi boca,
pero esta vez de una forma furiosa.Jadeante le meto la lengua hasta el fondo.
Estamos tan calientes… noto su mano
sobre mi paquete, lo palpa con fuerza.
Lo deseaba tanto, dejo que me sobe
esperando que meta su mano por la bragueta y la saque dispuestos a comenzar el festín…pero
bruscamente se para y me mira diciéndome:
-Perdóname, no puedo seguir… , me gustaría
que nos viéramos otro día. Espero que no te moleste, pero mis amigas están ahí
al lado, y si me vieran imagínate lo que pasaría.
Tenía tal cara de angustia que se me bajó
todo de repente. Por mi mente pasaron imágenes de otras situaciones parecidas
en las que alguna chica me había dejado a medias. Pensé que era otra de tantas.
Pero había algo en Eva que la diferenciaba de las demás.
Su cara reflejaba
tanto deseo como el mío, pero quizás no era el momento. Así que esbocé una
sonrisa, la abracé para tranquilizarla y le dije que no me importaba, que lo
comprendía, pero que aquello no podía acabar así, que necesitaba verla otra vez.
Ella también lo deseaba así que nos dimos los números del móvil, con la promesa
de llamarnos.
Así que se fue, dejándome tirado en la arena,
pensando en lo que había pasado. Esta vez no había acabado la cosa como en la
cafetería. Pero al menos sabía que esta
no iba a ser la última ocasión en que la vería.
Eso sí, al llegar a casa debería tomar
medidas para que el dolor de mis genitales no fuese a más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario