miércoles, 2 de mayo de 2012

CÓMO CONOCÍ A DAVID


Era junio, finales de primavera, me levanté como cualquier otro día y miré por la ventana. Me encontraba un poco rara por que había tenido un sueño erótico, con un amigo y me sentía excitada, insatisfecha.
Como siempre  no le di importancia, no hice caso a mis instintos y seguí desayunado.

Después de ducharme tenía mucho calor, no era normal en mí. Abrí el armario pensando en qué ponerme y vi un vestido de verano que no solía utilizar. Pero me apetecía ponerlo.
Era un vestidito menudo y vaporoso, dejaba imaginar todo lo que había debajo sin enseñar nada y me gustó cómo me quedaba. Me puse unos tacones y me arreglé.


Salí de casa como si me fuera a comer el mundo. Me sentía muy bien. Un día precioso y  yo por la calle notando la brisa en cada centímetro de mi piel.
Según caminaba, notaba como los ojos se posaban en mi, de hombres y de mujeres ,pero no me sentía incomoda, al contrario, me hacia excitarme más y sentirme mejor, más segura de mi misma.

Pasé al lado de un grupo de chicos, se hizo el silencio y  todos se quedaron mirándome, nadie dijo nada, solo sentí miradas que me atravesaban como cuchillos. Cuando me iba estaba segura de que se habían quedado mirándome el culo. Llegaron a temblarme las piernas,  hacia mucho que no me sentía tan deseada.

Seguí mi camino y entré en un cajero. Delante de mí había una señora, así que tenía que esperar. Después entro un chico, que se quedó justo detrás de mí, mirándome de arriba abajo, escrutando mi vestido.

Sabía que me estaba mirando así que me llevé la mano a la rodilla para levantar un poco el vestido para provocar un poco más. 

Mientras esperábamos se acercó más a mi por detrás, casi podía sentir su aliento en mi nuca. Primero me entró un poco de miedo, pero al ver que no se acercaba más, me tranquilicé y llegó a gustarme.

Saqué mi dinero, me di la vuelta, le miré y sonreí, él me devolvió la sonrisa. Salí del cajero y continué mi camino.
 
A los pocos metros entré en una cafetería, quería tomarme un café con hielo. Me senté en la mesa más apartada.

Al rato, noto que alguien se acerca y me dice “¿puedo sentarme?”, era el chico del cajero. Le dije que sí.
Se sentó con su cerveza y sólamente me miró. No hablamos.

La mesa era pequeña y estábamos bastante juntos. No pensaba en nada y noté cómo su mano tocaba mi rodilla. Di un pequeño salto de sorpresa y sonreí. Siguió subiendo por mi pierna, por el muslo, despacio. Tenía la mano caliente, era fuerte y grande.

Siguió subiendo y llegó a la altura de mis braguitas, no pensé que fuera a seguir así que no me resistí, me acariciaba, de vez en cuando nos mirábamos, como si me pidiera permiso, y yo se lo di.
Metió su mano lentamente debajo de las braguitas y fue hasta la entrepierna. Yo las abrí un poco para que llegara bien, ya estaba mojada y tan excitada que no me importaba que alguien nos pudiera ver.

Poco a poco llegó al centro, notó que estaba húmedo y sonrió. Con sus dedos localizó enseguida mi clítoris, en cuanto lo tocó, pegué un salto, me tapé la boca para no gemir y le miré. Me relajé en la silla, abriendo un poco más mis piernas y dejándole hacer.
Él solo me miraba y sonreía, no sé cómo fue exactamente, pero sé que tuve un orgasmo en silencio, debí ponerme muy roja, y me entró mucho calor. Me apetecía seguir.
Así que me levanté  y  le miré para que me siguiera. Nos metimos en el baño.

En cuanto entramos nos besamos, los dos estábamos muy calientes. Cuando me besaba sentía su pantalón muy abultado y solo podía pensar en tocársela, pero no me dejaba, y eso me daba rabia.


Así que le paré, le miré a los ojos y mientras le pasaba la lengua y los labios por el cuello le desbroché poco a poco el pantalón, entonces no se resistió, dejó que mis manos recorrieran su polla tan fuerte y caliente.



Empecé a tocarla suavemente con la punta de mis dedos, mientras nos besábamos apasionadamente, su boca y la mía era solo una, no nos podíamos separar, estábamos prácticamente pegados.


Entonces me cogíó las manos y  me sujetó por las muñecas contra la pared, me besó el cuello y bajó hasta el pecho. Me levantó en el aire y con las manos aparto mis braguitas para poder metérmela. 

Y lo hizo, hasta el fondo y de una vez. Supongo que grité, pero no lo recuerdo, porque la sensación fue tan buena que no me importa si lo hice.
Se movía rítmicamente y sentía como su polla entraba y salía sin ninguna dificultad,  yo me daba golpes contra la pared del baño, pero no me importaba. Solo quería que no parase, que siguiera, una y otra vez.

Tuve un orgasmo, de los buenos, mi cuerpo se estremeció de tal manera que casi me caigo al suelo, las piernas me fallaban.

El no había terminado, seguía empujando, y seguía, y yo quería más.Hasta que se corrió, le senti como se deshacía dentro de mí, como salía toda su esencia y me la regalaba.


Quedamos agotados, satisfechos, y poco a poco nos separamos. Él me regalo un último beso y me dijo “espero volver a verte”.
Yo solo sonreí, me coloqué el vestido arrugado y me fui.


Me costó trabajo, casi no podía caminar, así que me senté de nuevo en mi mesa y no podía parar de sonreír.


Después, continuando con mi camino, pensé que estaba loca, pero luego me sentí la mujer más afortunada del mundo. Y sobre todo me sentía mujer.

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