miércoles, 2 de mayo de 2012

CÓMO CONOCÍ A EVA


Aquel día me levanté con ganas de pegarme una buena ducha. Había pasado mucho calor y apenas pude dormir.Fue una noche de esas en que solo piensas en sexo, rememorando escenas eróticas ya pasadas. Así que me metí en al agua esperando me bajase la calentura.
Después de ducharme y como aún tenía mucho calor, decidí bajar a dar un paseo y hacer algunos recados, entre otros ir al banco a sacar dinero.
Por el camino no pude dejar de fijarme cómo las chicas, sobre todo las jovencitas, habían aprovechado los primeros calores para vestirse con la ropa de verano. Pantalones cortos, falditas y vestidos ligeros...

Al entrar en el banco me dirijí a uno de los cajeros. Delante de mí estaba ella. Llevaba un vestidito menudo y vaporoso que dejaba imaginar todo lo que había debajo. Además el sol que entraba por una de las ventanas que estaba delante de nosotros  producía un contraluz  a través de  la ropa,  dejando  entrever  la estilizada silueta de su cuerpo, incluso podían adivinarse sus braguitas , que eran de color blanco.No pude evitar mrarla de arriba abajo.


Ella sabía que lo estaba. En un momento dado  se llevó la mano a la rodilla para levantar un poco el vestido  en un gesto de coquetería que me hizo estremecer de placer.


Mientras esperábamos me acerqué más a ella por detrás, podía sentir su seductor olor corporal. Ví que se alertó un tanto por mi proximidad, así que me detuve y noté que se tranquilizó, pero no hizo ningún ademán de alejarse, dándome a pensar que la situación le gustaba.


Sacó su dinero y dándose  la vuelta me miró sonriéndome, yo le devolví la sonrisa. Salió del cajero y continuó su camino. La seguí con la mirada y pude ver cómo entraba en una cafetería cercana. Rápidamente saqué mi dinero y me dirigí hacia allí.


Entré en el local. Estaba sentada en una mesa tomándose un café con hielo. Ella no me vio así que pude recrearme observando sus gestos, su forma de tomar el café, sorbiéndolo con una sensualidad que me atrajo mucho.


Sin pensarlo dos veces me acerqué a ella y le dije “¿puedo sentarme?”. Al principio me miró con un gesto de duda  e indecisión, pero finalmente me dijo que sí. Me senté a su lado con una cerveza en la mano y la miré. No hablamos.


Desde esa posición pude ver que tenía un atractivo rostro y unos sensuales labios que estaban pidiéndome a gritos que me los comiese.


La mesa era pequeña y estábamos bastante juntos. Ella tomaba su café y hacía como que no  pasaba nada. Pero yo notaba su calor corporal y su respiración que empezaba a ser agitada. No pude esperar más y me arriesgué. 


Puse mi mano sobre  su rodilla. Dio un pequeño salto de sorpresa y pude vislumbrar una ligera sonrisa en sus labios. Seguí subiendo por la pierna, por el muslo, despacio. Tenía la piel suave y caliente.


Seguí subiendo y llegué a la altura de sus braguitas. Ahí pensé que me iba a impedir seguir pero no se resistió; la acariciaba suave, lentamente, de vez en cuando nos mirábamos, con mis ojos yo le pedía permiso, y ella me lo daba.


Por fin, el paso más delicado, metí mi mano  debajo de las braguitas y la llevé hasta la entrepierna. Ella las abrió un poco para que llegara bien, eso me  provocó tal excitación  que mi pene, que ya estaba para entonces bastante animado, s e hinchó de tal manera que pensé me iba a correr allí mismo.  Noté que ella estaba mojada y tan excitada como yo. En ese momento creo que no  nos importaba que alguien nos pudiera ver.


Poco a poco llegué al centro, estaba húmedo y caliente.Con mis dedos localicé  enseguida su clítoris; en cuanto lo toqué pegó un salto, tapándose la boca para no  dejar escapar un gemido  y me miró, a la vez que se relajaba en la silla, abriendo un poco más sus piernas y dejándose hacer.


Yo la miraba y sonreía, no sé cómo fue exactamente, pero sé que tuvo un orgasmo en silencio, pues se estremeció de arriba abajo, mordiéndose los labios. Sus mejillas estaban rojas, como si tuviera mucho calor. Yo no sabía si le apeteceria  seguir o todo habría acabado ahí.


De repente  se levantó  y  me miró para que la siguiera. Por supuesto no pude  resistirme a su llamada .Nos metimos en el baño.


En cuanto entramos nos besamos, los dos estábamos muy calientes. Cuando la besaba sentí que mi pantalón estaba a punto de explotar. Me arrimé y me restregué sobre su cuerpo, me apetecía que me la tocara pero no lo hizo.

Ella me paró, me miró a los ojos y mientras me pasaba la lengua y los labios por el cuello me desbrochó poco a poco el pantalón, por supuesto no me resistí. La sacó de su escondite y  dejé que sus manos recorrieran mi polla, dura y caliente, creo como nunca la había tenido antes.


Empezó a tocarla suavemente con la punta de sus dedos, mientras nos besábamos apasionadamente; su boca y la mía era solo una, no nos podíamos separar, estábamos prácticamente pegados.


Entonces le cogí las manos y  la  sujeté por las muñecas contra la pared, la besé en el cuello y bajé  hasta el pecho. La levanté en el aire y con las manos aparté sus braguitas para poder metérsela.


Y lo hice, hasta el fondo y de una vez. Gritó. Me movía rítmicamente y sentía como mi polla entraba y salía sin ninguna dificultad,  Nos dábamos golpes contra la pared del baño, pero no me importaba. Solo quería que aquello no parase, quería metérsela una y otra vez.


Tuvo un orgasmo, su cuerpo se estremeció de tal manera que casi se cae al suelo, era como si las piernas le fallaran.


Pero yo no había terminado, seguía empujando, y seguía. Noté que ella también quería más.


Hasta que me corrí, senti como mi semen caliente  salía desbocado y cómo se deshacía dentro de ella. Creo que esto la excitó mucho pues volvió a estremecerse  y con delicados  pero contundentes espasmos su coño impedía que mi pene saliese de él.
Quedamos agotados, satisfechos, y poco a poco nos separamos. Le dí un último beso y le dije “espero volver a verte”.
Ella me sonrió. 


Me fui dejándola allí, colacándose las braguitas y su vestido arrugado. Me sentía extraño, mis piernas  flaqueaban  tras  el esfuerzo. Estaba en una nube. La camarera y varios clientes me miraron con cara de reprobación  al verme salir, desaliñado y con el rostro descompuesto.


Cuando iba de vuelta a  casa  no dejaba de pensar en aquellos labios, en aquellas suaves piernas, y sobre todo en ese coñito y esas manos  que me habían dado tanto placer.


Aquel día decidí que no podría vivir sin volver a repetirlo con ella.

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