Era un sábado, a mediodía. Iba a ducharme cuando sonó el móvil. Al mirar la pantalla vi aquel nombre: ¡Eva! Ufff, pensé que después del encuentro de la
playa la cosa se enfriaría. El polvazo de la cafetería fue total y pese a que
Eva me atraía mucho por un no se qué en su forma de actuar, la verdad es que no
tenía ganas de enrollarme con una tía que cada poco iba a entrar en una crisis
de integridad marital. Estuvo bien, pero…
No sabía si responder, debía de tomar una decisión en segundos… al final el morbo pudo más, así que contesté:
- ¿Eva?
- Hola David.
Escucha… me ha costado mucho hacer esta llamada así que por favor déjame hablar
antes de que me arrepienta. ¿Podemos vernos?
- Sí claro, ¿cuándo?
- Esta tarde.
- ¿Esta tarde, sabes que es sábado, no?
- Por eso, es el único momento que me quedo sola. Mi marido
se va al cine con los niños. Tenemos un par de horas.
- ¿Sólo dos horas? ¿Y por
qué no por la noche? Nos vamos a cenar y después a bailar…
- No esta noche, no. Tenemos cena con unos amigos.
- ¿Entonces, quedamos para tomar un café?
- No, quiero que me folles.
- Diosss, Eva.
- Pero tenemos que salir de la ciudad ¿Tienes coche?
- Sí, ¿quieres que te recoja?
- A las cinco delante del café que tú ya sabes.
- Vale, pero dime…
- A las cinco. Se puntual, solo tenemos dos horas.
Y colgó, dejándome con la pregunta en la boca. Quería que la follase, así sin más. Ufffff. Joder con Eva.
Una vez pasado el primer estupor me metí en la ducha. Empecé a recordar la escena del baño y me excité como un becerro. El agua caliente, la esponja…empecé a tocarme pensando en aquel coñito que por fin iba a ser mío otra vez. Estuve a punto de correrme, pero me detuve, pensé que mejor me reservaba para aquella tarde. ¿Un polvo en el coche? ¿En un hotel?
A las cuatro y media ya estaba esperándola delante de la cafetería. Eva apareció puntual. Estaba preciosa. El pelo suelto y un vestidito muy sencillo, pero muy sexy para mí. Le hice una seña y se acercó sonriente.
Pensé que al menos nos daríamos un piquito pero no, se limitó a darme dos castos besos en las mejillas.
- No, no, he acabado de
llegar.
Nos miramos. En sus ojos pude ver que tenía tantos deseos de
tirarse a mí boca como yo a sus muslos. Así que arranqué el motor y le dije:
- Bueno, ¿a dónde vamos?
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